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“El señor de la rueda” fue uno de los primeros libros de ciencia-ficción que leí. No recuerdo muy bien si fue este o “El fin de la eternidad” de Asimov el primero de todos.
Después de descubrir que era capaz de leer novelas de verdad (sin dibujitos) como “La historia interminable” o “Momo” empecé a buscar historias interesantes en los libros que tenía mi padre en la estantería del salón de mi casa.
Evidentemente únicamente me llamaron la atención los cinco o seis libros de ci-fi que tenía: además de los citados, “2001” de Clark,“Forastero en tierra extraña” de Heinlein y “1984” de Orwell.
Desde entonces estuve perdido, aunque en mi niñez y juventud alterné este género con el de la épica fantástica, con series tan inolvidables como Dragonlance, El señor de los anillos, Elric el meliboné o El reino de los dragones de R.A. Knaak, llegó un momento que no pude leer otra cosa que ci-fi o divulgación. Y no solo leer, sino en ocasiones, devorar.
Un inciso, ahora se habla del peligro de los videojuegos para mayores que caen en manos de los chavalines. Me río yo de eso. Imaginense a un ñaco leyendo a Heinlein sobre orgías, canibalismo, drogas, mesías, sectas...
El señor de la rueda es un libro atípico, con una ambientación rozando lo ridículo, en la que se mezcla lo medieval con la ciencia-ficción. Pero un libro que recuerdo como muy ameno que me gustó mucho.
En el mundo que se describe, la gente vive en castillocars. Pararse es la deshonra, es impensable, siempre en continuo movimiento, día y noche.
En cierto sentido es lo que intento hacer últimamente, nunca parar. Generé cuidadosamente una rutina para ello, de tal forma que cuando paraba lo único que me apetecía era dormir. Por eso estas fechas tienen una cosa mala añadida y es que suponen una interrupción en toda esa rutina, elaborada tan meticulosamente para ocultar toda esa mierda que te rodea.
No creo que escriba en unos cuantos días, así que....que se lo pasen ustedes bien.