viernes, septiembre 22, 2006

En el aeropuerto

Él: ¿Lleva usted algo en su equipaje de mano que pudiera ser usado como un arma?
Yo: Nop (para un ninja cualquier cosa puede ser usada como un arma).



Escuchando Industrial Love de In Strict Confidence. Librandome del jetlag. Decidiendo entre bosque o cielo. Replanteandome la rutina.

martes, septiembre 05, 2006

Rata de biblioteca


¿Le puedo ayudar?
Giré levemente la cabeza y la ví. Una persona de mediana edad, menuda, con gafas y el pelo fino y negro recogido detrás con prisa. En su pequeña bata me observaba atenta esperando con interés mi respuesta.

Llevaba algo así como diez minutos buscando un libro de análisis numérico. Únicamente había encontrado una edición antigua que casi se deshacía con mirarla y andaba rastreando otro ejemplar que me pudiera llevar sin peligro.

Entre las estanterías le expliqué en susurros que no necesitaba ayuda, que solamente me extrañaba que no hubiera otro ejemplar del libro puesto que era de la bibliografía recomendada. No se conformó con mi respuesta y me obligó amablemente que la siguiera.
Cruzamos toda la planta hasta donde se encontraban dos ordenadores, las dos únicas fuentes de luz en esa esquina. Se sentó al mismo tiempo que me ordenaba que cogiera papel y boli.

Meticulosamente y casi acariciando la base de datos me fue pidiendo que le anotara los IDs de todas las ediciones con las que iba topándose, intercalando de vez en cuando un Este no, que está en Cataluña o Lástima, mire, en Murcia tienen uno del año 2002. Me estaba buscando la edición mas moderna con mucho más interés del que yo jamás demostraría por un libro así.

Pareció sentirse satisfecha tras cinco minutos de bucear por la base de datos después de los cuales me volvió a pedir amablemente que la acompañara.
Bajamos despacio por las escaleras, estábamos en la tercera planta y el premio se encontraba en el sótano. Nunca había estado allí y mientras descendíamos empecé a pensar que tal vez obtendría el libro de alguna vitrina cerrada con llave o alguna estantería oculta, de las que hay para profesores o investigadores.

Llegamos al sótano, no sin antes haberme reñido, todo muy amablemente, por no haberla pedido ayuda antes. Suspirando me decía que ella siempre era la que tenía que ofrecerse a ayudar y que su trabajo era ese. Se notaba que amaba su trabajo.
Encontramos el libro, otra edición, otras tapas. Eso dio pie a una pequeña charla relajada entre susurros sobre los cambios de portada de las ediciones. Se conocía todos y los describía como si los hubiera parido ella. Le brillaban los ojos como cuando yo hablo de las ediciones de un libro de PK Dick. Acariciando el libro, terminó por dármelo.

Finalmente la acompañé de nuevo a su sitio en la tercera planta. Nunca me había fijado, una pequeña mesa con un flexo, una taza de té y un libro abierto. No alcancé a ver de que trataba el libro.

La dejé allí sentada, leyendo y de vez en cuando levantando la cabeza en busca de otro alumno despistado.

No sé por quién sentía más pasión, si por los libros o por los alumnos.